forte

lunes, 2 de enero de 2017

Dos de enero

Si excluimos a los afortunados o desafortunados, - de estos últimos conozco bastantes casos-, que tienen pareja a los veinte años, se supone que esta década a la que pertenecemos es la encargada de abrirnos las puertas a nuestras futuras relaciones. 




Ya no sé si existo física o emocionalmente, quizá tengo ganas de salir corriendo, quizá de encontrarte un corazón o más bien regalarte el mío.Se supone por consecuente, que con veinte años debes experimentar, conocer, y aprender mucho sobre todo lo referente a los amoríos que tan acostumbrados estamos a ver en las comedias románticas. Pero hay algo que siempre escapa a nuestro "infinito conocimiento amoroso." El miedo.

Cuando alguien pasa de ser una primera cita a llamarte por aquellos apelativos cariñosos dignos de un bofetón por todos aquellos que no formamos parte de lo que pasaremos a llamar "relación"; solo entonces parece ser que comenzamos a respirar tranquilos.

Después de mucho observar y de vivir alguno de estos casos en mis propias carnes, creo que puedo afirmar que existe un antes y un después después de la famosa estabilidad. El caos al que pertenecen los líos de una noche, semana o mes, nos excitan pero nos asustan y terminan por cansar a nuestro insaciable, exigente y sensible estado emocional. Es por eso que el irnos a dormir -hecho que se relaciona rápidamente con la correspondiente despedida de nuestra persona especial- nos aterra en ocasiones.
Porque la incertidumbre de no saber si mañana esa persona seguirá ahí a nuestra entera disposición física pero sobre todo emocionalmente, nos perturba y nos descoloca. En esta estúpida pero a veces tan acertada razón reside una de los motivos principales por la cual algunos todavía temblamos cuando se va acercando la hora de soltar nuestros smartphones.
Nos hemos convertido en esclavos de este maldito invento tecnológico que por muchos mensajes de falso amor en situación de embriaguez ajena que nos haya regalado, en ocasiones pasa a formar parte de la lista de auténticos enemigos personales. Pero sobre todo es el miedo quien nos hizo en primer lugar prisioneros.
Y a pesar de encontrarme en este profuso grupo de gente, a la que en momentos de profunda indignación conmigo misma paso a llamar cobarde... Animo a todos los que conmigo pertenezcan a esta masa a salir de ella.
A cumplir el objetivo de nuestros tan ansiados veinte años: experimentar, conocer y aprender mucho, muchísimo. Y dejar a un lado ese miedo que a veces parece dejarnos exhaustos, para dar paso a la valentía que se necesita para crecer cada día.


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